viernes, 28 de octubre de 2011

Y con ésta se acaba mi cuota de quejas para una temporada


       Estos días mi estabilidad emocional tiene menos crédito que el ministro de economía griego. Hoy estoy tranquila como un cocotero, pero ayer, bueno, ayer. Al final se arregló con la música escalofriante y las imágenes a velocidad retardada de “Deseando amar” (una peli de Wong Kar wai, escasos amiguitos), y la certeza de mi mano en la de Jose, inmune a la hipótesis de lo que hubiera ocurrido si ninguno de los dos nos hubiéramos atrevido, hace ya casi tres años. Pero la inquietud volverá, igual que las campañas chungas de la DGT. Lo maduro sería reconocer que no tengo motivo ninguno, y que por tanto la inquietud sólo responde a una blandura de carácter propia de los niños nacidos con la democracia (cuánto daño pueden hacer los discursitos de una madre manchega). Pero como es viernes, y no están los cuerpos para ejercicios de autocrítica, me resulta pe-ren-to-rio encontrar un culpable, ahora, ya, para estos vaivenes que no me dejan estrías porque tengo el corazoncito muy elástico.

          Por ejemplo, el tiempo. Oh, sí. Cada vez que Jose dice “me duele esto, es que va a cambiar el tiempo”, o en el retorcimiento absoluto de lo rancio, “tienes el otoño metío en el cuerpo”, me dan ganas de cobrarle por lo menos cinco euros. Si lo hubiera establecido como cláusula en el contrato de nuestra convivencia, ahora tendría posibles como para largarme a las islas Fiji con el hombre de chocolate. A veces tengo la sensación de haberme liado con Omaíta. Así que, toma, hijo, tus cinco euros correspondientes, y guárdate esos aires de triunfo. En realidad la lluvia me gusta. Cantidad. Muchos instantes felices de mi vida están todavía mojados. ¿Queréis ejemplos concretos, verdad, caracolillos?

       (Cuando el bombero me acarició la mejilla debajo del alero el que nos habíamos refugiado. Fue justo antes de que nos besáramos, y a mí me sobrecogió ese gesto inesperado de ternura en un tío que, estaba claro, no tenía más intención que la de permitir que me beneficiara de sus morenas carnes.
         O una vez cogiendo setas en medio de un quejigal, durante una mañana de trabajo. Llovía con ansia, sí, pero los árboles formaban una cúpula que ni la de San Pedro sobre mi cabeza y la de mi compañero, y el agua nos alcanzaba fina, blanda como aquella caricia, lo justo como sentir que estaba vestida con plumas, más que con un horrible anorak que convertía mis formas en las del muñeco Michelín. Y las setas relumbraban, de un naranja inconcebible, como las monedas en los sueños, y otra, y otra, y mira, Manolo, qué montoooón, pero niña, tienes que armar ese jaleo, y luego el olor de las setas en mi microcasa sin tabiques, y la lluvia que arreciaba fuera)
      
       Que la lluvia es amor, sí. Pero andar por la calle con el paraguas me deprime. Es como una caricatura del hecho de que somos, los humanos, tristes criaturas aisladas que no saben comunicarse con sinceridad entre sí. Y está el asunto de la luz. Me quejo ahora para no hacerlo, de forma muy, muy patética, este domingo, cuando el cambio de hora, que es el momento horribilis del año por excelencia. Pienso ignorarlo (porque está muy pagado de su poder maligno), brindando con mi taza de té en la merienda, entre tinieblas.

       Y qué decir de la siesta, con la que mantengo una sólida relación amor-odio. ¿Por qué sigo insistiendo, si me sienta tal mal como a Ana Obregón los trikinis? Es verdad que mi cuerpo humano no está genéticamente configurado para levantarse a las seis y media de la mañana, por muy diurnos que sean mis biorritmos (o precisamente, porque esa hora es noche hasta en agosto, úsemos el lenguaje con propiedad), y que después de comer, muero. Pero es que cuando me despierto, requetemuero. Me levanto con el estómago en plan primavera árabe, la boca sucia, por mucho que me haya frotado los dientes antes, y, a veces,con una penita mu grande. Pidiendo a gritos que me devuelvan a la cuna. Dos despertares al día son cosa de trauma.

        Fuese por lo que fuese, la tarde de ayer puso a prueba los todavía grandes poderes de la autocompasión. Sé que esta semana no me estoy currando mucho mi imagen de fuerte-y-misteriosa-habitante- del-Vogue, pero, qué hacemos, no se puede estar metiendo la barriga toda la vida. Lo (único) que me pasaba es que de pronto no le encontré demasiado sentido a este esfuerzo de poner mi corazón en el escaparate de la carnicería. Pasaba que me sentí, como tantas otras veces, invisible. Que sigo enganchada a la vieja expectativa de que suceda algo, no sé bien qué, una red de conexiones fulgurantes, una especie de relleno de las superficies, pero algo. Como si la vida necesitara siempre un toque de Photoshop. Que no me olvido de poner mi propio valor en la balanza de los demás. Que escribir a secas ya no es suficiente, si no estoy convencida del todo de estar compartiéndolo. Que – atención, chantaje emocional a la vista – quiero comentarios y lectores mil, repámpanos.

       (Ya estoy mejor. Lo único que echo de menos en estos instantes es un buen par de calcetines y un libro del que enamorarme)

10 comentarios:

  1. Bueno,¡por fin! Por fin te decidiste a hacer el -supongo- tremendo esfuerzo que se necesitará para escribir lo que acabo de zamparme de un tirón: un poquito emocionada al principio,(acostumbrada a convivir con un señor que escribe muy bien, y que no entiende cuando le digo que a mí esto que hacéis me parece milagroso, como de seres de otro planeta),a ratos riéndome, porque le echas mucha gracia y compartiendo mucgas ideas, sensaciones, proyectos absurdos, gustos (las más "explicables": que una tormenta relaje..., querer aprender a bailar la absurda salsa, saltar de alegría al encontrar unas setas, tus feos y tus guapos...Bueno "Deseando amar" no me dijo mucho, quizás debería intentarlo de nuevo, etc).
    Lo dicho, miraré cada vez que pase al lado de tu coche, esperando que te has quedado dormida dentro...

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  2. Deseando amar?chico coñazo no??será que tb yo le debo otra oportunidad?

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  3. Por cierto, intentaré evitar en mis próximos comentarios tanta errata...

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  4. Anónima (entre comillas),chulísima la última frase, así que tú también debes de ser marciana. Y sí, es un tremendo esfuerzo, con lo a gusto que se está en el sofá.

    Y a ti y a Chispita maligna, ¿"Deseando amar", un coñazo?. Estáis muertas por dentro!! ¿Es que nunca os habéis quedado con un "me molas mil" guardado en esos pechos gélidos"

    Anónimo, soi una llonqui de los comenNtarìos, así que ha m! las erratas, PLIM

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  5. por Dios niña nacida con la democracia que bajon tenias el viernes,es un poco tarde para intentar animarte,ademas que se que te pasara como a la mayoria se nos pasa:una onza de chocolate,la palabra amable e inesperada de la cajera del super,ver tu imagen reflejada en una cristalera publica y pensar[aun pecando de inmodestia]pues no estoy nada mal!.en fin,diras que son simplezas pero a mi me ayudan.

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  6. ¿Simplezas, el chocolate y la amabilidad? No blasfemes, adorable lectora adicta.Muchas gracias por darme pistas para animarme, pero la verdad, es que ya no me hacen falta. Las guardo en el bolsillito secreto. Un beso

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  7. apichapon caballita03 noviembre, 2011 13:59

    Deseando amar ¿un coñazo? La madre que os parió ¡insshípidas!

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  8. Ziiirviaaaa!!!......te vas a reir de tu pare.......¡a lavarte las manos!

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  9. Ayyyyy, qué bonito es este! (al que he llegado gracias al enlace de uno de los últimos). Y qué bonito el hipotético "no atreverse" que, menos mal, no sucedió. Porque es muy poético lo de "quedarse con las ganas de...", pero sólo para la retórica y el pasteleo. Mientras no nos atrevamos, la vida, generosa, nos seguirá ofreciendo oportunidades para vencer ese miedo.
    (de cómo ponerse poética en un laboratorio de aguas).
    Gracias Silvia, por mis raticos de descanso.
    Laura (prometo que en cuanto tenga un rato, me paro a lo del nombre)

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  10. Gracias a ti, Laurónima, por tus raticos de comprensión y empatía. Eres un cielo.

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