miércoles, 19 de octubre de 2011

No, No..bueno, si


        A veces me estudio como si fuera un bicho. Así: ejemplar denominado Silvia. Trabaja siete horas al día en una profesión que sólo de vez en cuando le hace cosquillas. Ha aprendido a cocinar con resultados bastante chic, pero es una ruina en materia de presentación culinaria. Durante la siesta, retoza como una niña en el recreo con el ejemplar denominado Jose. Va al gimnasio en días alternos, por gusto de darse pellizcos en el culo de mármol. Se saca dos, tres, cuatro libros de la biblioteca, y los devuelve apenas mordisqueados. Es incapaz de declarar cuál es su autor favorito. Ahora se ha puesto a escribir, aunque a lo que hace, ella lo llama merodeo. Le gustaría ver películas después de la cena, pero ha heredado un párpado de caída fácil por vía materna. De vez en cuando va a la filmoteca con el mencionado, y a la salida se toman un par de cervezas o de vinos, y se sienten un poco intoxicados. Una vez al mes se desplaza a Estepona para visitar a sus padres, y allí repite este mismo esquema, con pocos cambios (cuelga el uniforme laboral; cuelga la hamaca y se balancea; se siente feliz por no tener encima el peso de un montón de techos. Tiene ligeros remordimientos por no salir más a pasear por la playa o por los Alcornocales). Un par de veces al año visita lugares a donde se llega sin necesidad de volar. En general, se levanta contenta y se acuesta algo inquieta. Le pone a su vida el adjetivo “placentera”.

       Pero me incomoda un poco descubrirme, tras el estudio, tan hecha. Por eso llevo unos días haciendo listas de cosas que me gustaría hacer por el simple gusto de llevarme la contraria. Cosas que nunca me he imaginado haciendo, y ante las que he podido reaccionar con un “yooo, qué dices, antes muerta”. Una lista de antideseos, o de deseos de mi anti-yo. O mejor, la lista de lo que le gustaría hacer a la persona que sería si no tuviera fobias, prejuicios o cabezonerías.

          Por ejemplo, me gustaría ir a una playa nudista, y ser capaz de olvidarme de que estoy desnuda y de que (oh, mira qué barriga, pero tú has visto, ¿eso es humano o equino?) todo el mundo está desnudo.

Me gustaría montar a caballo. No tengo ningún prejuicio contra los caballos, pero no es algo que me haya planteado nunca seriamente, y por eso lo incluyo en esta lista. Y porque combina los temores a las alturas y al desbocamiento. Lo más parecido que he hecho ha sido turistear encima de un dromedario por el borde de unas dunas de Túnez que parecían Torremolinos. Pero yo me sentí divina cual reina Zenobia de Palmira, y, oh, ese bamboleo, qué voluptuosidad. ¿Será por eso que a veces me gustan tíos con cara de camello?.

Mi dromedario era el de enmedio.

Me gustaría apuntarme a clases de natación, en el turno senior, o directamente con manguitos. Porque me entra la histeria cuando noto que dejo de hacer pie en la playa. Siempre he tenido este miedo. Cuando iba a la piscina, siempre hacía como que nadaba pegadita a la pared, daba unas brazadas de perro, me agarraba al borde, otra brazada, borde, sacaba todo el torso del agua y me apoyaba en la acera. Me ponía de perfil. Seguro que parecía una sirena. Pues no. Ya lo sabe todo el mundo.

Muy relacionado con lo anterior: me encantaría bucear. Oh, sí, sí. Pero no. Qué pavor. Qué belleza inaccesible. Antes muerta. Qué manera diferente de mirar. Ay, no, por favor. Pero qué ausencia de ruido. Si no sé nadar. Y qué persuasión.

Me gustaría apuntarme a clases de salsa, y comprarme unos zapatos dorados. Es cierto que las coreografías son casposas, pero “valió la pena, estar contigo amor, sí que valió la pena...” Yo ya sé que no es de buen tono que una chica tan lista especulativa se pirre por Marc Antony, pero qué hacemos. A otros les gusta el Fary o Raphael, y no quiero señalar. Un par de veces he tenido la suerte de que mi momento ducha en el gimnasio coincidiera con los primeros ejercicios de la clase de salsa de al lado. Podría haberme abierto la cabeza, pero oh, cómo he bailado, y cómo me he mirado en el espejo, desnuda, sola, convenciéndome de que mi culo y el de Jenifer Lopez, ahí ahí.
              
Me gustaría atreverme a cantar en un karaoke. Canto fatal. No soporto hablar en público. Sería completamente subversivo.

Me gustaría tener aventurillas carnales, al menos una, y torturarme de mala manera a fuerza de remordimientos, y saber lo que es comportarse como un furtivo. Pagar una habitación de hotel por horas, estar a punto a punto de ser descubierta.

Me gustaría gastarme 500 euros en zapatos de una tacada. Creo que he sido bastante comedida con la cifra. Me gustaría hacerme la manicura, para que mi hermana no vuelva a insinuar que sí, muy mona siempre, pero vaya uñas, parece que acaba de guardar la plastilina.

Me gustaría tirarme cinco meses en Asia, y desacostumbrarme a la gloria de mis desayunos con queso y membrillo, y montarme en una avioneta de cartón que pasaran rozando por no sé qué templo budista.

Y me gustaría dejar de tener deseos y antideseos.

1 comentario:

  1. Me acabo de echar unas buenas risas con tu post de hoy, salá mas q resalá, qué me gusta cómo escribes, por fin, por fiiiinn!

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