lunes, 17 de octubre de 2011

La tenacidad


          Estoy orgullosa de él. Como si fuera mi hijo lento, que por fin ha leído su primera palabra. Y estoy también un poquito orgullosa de mí. La verdad es que es Jose (oh, ¡fuera la fórmula J.! Todo el mundo sabe que Silvia y Jose, Jose y Silvia. Si puse J. en la anterior entrada fue por respeto a su kilométrico pudor. Lo siento, J.Ose) el que siempre se acuerda de regarlo, un día sí, un día no, todavía en este verano cansino. Yo soy una mamá olvidadiza y fatal, y sólo riego las macetas cuando paso al lado de los dos balcones y me doy cuenta de que están al borde del coma. (Sólo me fijo en mis nenes para recordarles sus defectos. Si tuviera hijos del reino animal, las cajeras del Carrefour me conocerían por mi nombre. “Atención, Silvia, acuda a caja centraall, pase otra vez a por sus criaturas”). Pero también es verdad que fui yo la que le dio la oportunidad fundamental al jazmín. Estaba ya desahuciado, hará como un año, después de la soledad de un septiembre sahariano, en el que lo dejamos abandonado (él nunca lo haría), sin agua, mientras a nosotros nos daba en la cara un delicioso airecillo marino. El ataque de la araña roja le dio la puntilla, y se secó. Por completo. Acabado. Muerto. Sólo mi desidia hizo que no acabara, en los primeros días de nuestra vuelta al cole, en el cubo de la basura. Conclusión: la desidia, casi siempre malsana, a veces puede resultar productiva.

            O a lo mejor no fue desidia, sino una especie de intuición primitiva, cada vez que Jose preguntaba si tiraba la maceta. ¿Por qué me negaba yo, si no tenía ni que levantarme del sofá (bendito seas, hombre generoso), y el balcón parecía un jardín de Chernóbil? Pues a lo mejor porque unas pocas de las neuronas más escondidas y lúcidas de mi cerebro de reptil estaban escuchando el murmullo de la savia que todavía se movía, a duras penas, por las tristes ramas del jazmín. Y ¡eureka! No recuerdo si hubo que esperar a la primavera para que asomaran los dos primeros brotes tímidos. ¡Está vivo,Jose, está vivo! Si pasó alguien por la cuesta en ese momento, seguro que alzó la cabeza y apretó luego el paso. Yo estaba emocionada, intentando tragarme los bostezos.
         (Esto es rigurosamente cierto: cuando me emociono, con una canción de las que te dejan el alma hecha jirones, por ejemplo, me dan ganas de bostezar. Tan cierto como que oigo peor con las gafas quitadas, o que me faltan en la cara los músculos que se precisan para silbar, guiñar los ojos o hacer pompas de chicle)

        Así que, con el corazón agarrotado, me puse en modo jardinera-talibán y lo dejé mondo de ramas secas. Con el miedo justo para que un fugaz “pero qué estaré haciendo” se me cruzara por la mente. Seguí podando, sin saber dónde tenía que poner las tijeras, por puro instinto, hasta dejar al jazmín en los huesos. Daba pena verlo. Parecía un yorkshire después de la ducha. Y míralo ahora. Adolescente perdido. Empeñado en crecer y crecer. No hay axila (suya) donde no amenace una nueva yema. Una noche de este verano, mientras estaba sentada como ahora frente al ordenador, empecé a oler a vacaciones, a casa junto al mar, a idilio. Era el jazmín, que había abierto su primera flor tras la resurrección. Cuando percibo ese aroma ya no soy persona.

              Me paso buenos ratos mirándolo. Me parece un milagro ver cómo el sol atraviesa sus ojos y las convierte en gelatina. He decidido ser también como él de mayor (voy a tener que crear una etiqueta que se llame así, “Yo de mayor quiero ser...”): tener su resistencia y su empeño. Ahora entiendo cuando dicen que los hijos son los mejores profesores para sus padres.

P.S.: tengo que declarar que, aunque dos tercios de las entradas de este blog hayan acabado con símiles paterno -filiales, mi interés en reproducirme sigue siendo NULO.

2 comentarios:

  1. Animo prima con tema plantas,que tienen y te dan mucha vida,nunca de desagas de una sin asegurarte qué ya no tienen vida.Enhorabuena,guapa.

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  2. Un día tendré unos balcones que ni los de Córdoba. Un beso, primita

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